Título: Su Cruz y nuestras
cruces
Autor: Eleuterio Fernández Guzmán
Editorial: Lulu
Páginas: 100
Precio aprox.: 4 € papel – 1 € Libro electrónico
ISBN Papel: 5800113843083
ISBN eBook: 978-1-326-50307-9
Año edición: 2015
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Su Cruz y nuestras
cruces, de Eleuterio Fernández Guzmán
Siempre que un discípulo de Cristo se pone ante un papel y
quiere referirse a su vida como tal no puede evitar, ni quiere, saber que en
determinado momento tiene que enfrentarse a su relación directa con el Maestro.
Así, muchos han sido los
que han escrito vidas de Jesucristo: Giovanni Papini (“Historia de Cristo”), el
P. Romano Guardini (“El Señor), el P. José Luis Martín Descalzo (“Vida y
misterio de Jesús de Nazaret“), el P. José Antonio Sayas (“Señor y Cristo”) e
incluso Joseph Ratzinger (“Jesús de Nazaret“). Todos ellos han sabido dejar
bien sentado que un Dios hecho hombre como fue Aquel que naciera de una virgen
de Nazaret, la Virgen por excelencia había causado una honda huella en sus
corazones de discípulos.
Arriba decimos que el
discípulo deberá, alguna vez, ponerse frente a Cristo. Y es que no tenemos por
verdad que el Maestro suponga un problema para quien se considera discípulo.
Por eso entendemos que tal enfrentamiento lo tenemos por expresión de expresar
lo que le une y, al fin y al cabo, lo que determina que sea, en profundidad, su
discípulo. Sería como la reedición de lo que dice San Juan justo en el comienzo
de su Evangelio (1,1):
“En
el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios”.
El caso es que podemos entender que la Palabra estaba con Dios
en el sentido de estar en diálogo con el Creador. Por eso decimos que la
relación que mantiene quien quiere referirse a Cristo como su referencia, un
discípulo atento a lo que eso supone, ha de querer manifestar que se sea,
precisamente, discípulo. Entonces surge la intrínseca (nace de bien dentro del
corazón) necesidad de querer expresar en qué se sustenta tal relación y, sobre
todo, cómo puede apreciarse la misma. O, por decirlo de otra forma, hasta dónde
puede verse influenciado el corazón de quien aprende de parte de Quien enseña.
Y si hablamos de Cristo no podemos dejar de mencionar aquello
que hace esencial nuestra creencia católica y que tiene que ver con un momento
muy concreto de su vida como hombre. Y nos referimos a cuando, tras una
Pasión terrible (por sangrante y decepcionante según el hombre que veía a
Jesucristo) fue llevado al monte llamado Calvario para ser colgado en dos
maderos que se entrecruzaban.
Nos referimos, sin duda alguna, a la Cruz.
Como es lógico, siendo
este el tema de este libro, de la Cruz de Cristo vamos a hablar enseguida o,
mejor, va a hablar el protagonista principal de la misma. Es esencial para
nosotros, sus discípulos. Sin ella no se entiende nada ni de lo que somos ni de
lo que podemos llegar a ser de perseverar en su realidad. Sin ella, además,
nuestra fe no sería lo que es y devendría simplemente buenista y una más entre
las que hay en el mundo. Pero con la Cruz las cosas de nuestra espiritualidad
saben a mucho más porque nos facilitan gozar de lo que supone sufrir hasta el
máximo extremo pero saber sobreponerse al sufrimiento de una manera natural. Y
es natural porque deviene del origen mismo de nuestra existencia como seres
humanos: Dios nos crea y sabe que pasaremos por malos momentos. Pero pone en
nuestro camino un remedio que tiene nombre de hombre y apellido de sangre y
luz.
Pero la Cruz tiene otras cruces. Son las que cada cual
cargamos y que nos asimilan, al menos en su esencia y sustancia espiritual, al
hermano que supo dar su vida para que quien creyese en Él se salvase. Nuestras
cruces, eso sí, vienen puestas sobre nuestras espaldas con la letra minúscula
de no ser nada ni ante Dios mismo ni ante su Hijo Jesucristo. Minúscula, más
pequeña que la original y buena Cruz donde Jesús perdonó a quienes lo estaban
matando y pidió, además pidió, a Dios para que no tuviera en cuenta el mal que
le estaban infiriendo aquellos que ignoraban a Quien se lo estaban haciendo.
Hablamos, por tanto, de Cruz y de cruces o, lo que es lo mismo,
de aquella sobre la que Cristo murió y que es símbolo supremo de nuestra fe y
sobre el que nos apoyamos para ser lo que somos y, también, de las
que son propiamente nuestras, la de sus discípulos. Y, como veremos, las
hay de toda clase y condición. Casi, podríamos decir, y sin casi, adaptadas a
nuestro propio ser de criaturas de Dios. Y es que, al fin y al cabo, cada cual
carga con la suya o, a veces, con las suyas.
Este libro, pues, trata de la Cruz de Cristo y de la (o las) que
cargamos cada uno de nosotros, sus discípulos.
Así, por ejemplo, Cristo nos dice esto que sigue:
“Ciertamente mi muerte en estos
maderos es un misterio muy grande para el hombre. Es, además, algo que cuando
comprendan a qué me refiero, los salvará para siempre.
¡Qué
difícil es explicarles que mi muerte es esencial para que ellos puedan, un día,
estar con mi Padre!
Ellos
podrían haberse dado cuenta de que, a lo largo de mis años de enseñanza, les he
ido diciendo (según mejoraba su comprensión) que todo lo que a mí se refería ya
estaba escrito en los libros sagrados que se pueden leer en las sinagogas. Allí
podían encontrarme. Es más, en alguna ocasión ya dije eso al leer uno de los
textos del profeta Isaías. Muchos, claro, no quisieron comprenderme y los que
entendieron a qué me refería se dieron cuenta de lo que eso podía suponer. Y
sintieron miedo…
Pero ahora estoy aquí colgado. Y viendo cómo se disputan mis
ropas (eso también estaba escrito) aquellos que me están dando muerte, pienso
si acabarán comprendiendo que he cargado sobre mis hombros con todos los
pecados del mundo. Que eso no ha sido fácil bien lo he comprendido en
Getsemaní, cuando pedí a mi Padre que me librara de lo que iba a sufrir
(¿Sabéis que ya lo sabía y que muchas veces lo dije antes de esto?) pero que no
convenía para nada que se cumpliera mi voluntad sino la del Quien todo lo había
creado”.
Les dejamos, aquí mismo, el Índice, para que pueda servir
de orientación acerca del contenido del libro:
A modo de explicación
Su Cruz
Nuestras
cruces:
1.
La cruz del sufrimiento.
2.
La cruz de la soledad.
3.
La cruz de la desesperanza.
4.
La cruz de la
tristeza.
5.
La cruz del odio.
6.
La cruz del egoísmo.
7.
La cruz de la soberbia.
8.
La cruz de la persecución.
Un necesario epílogo
En realidad, todo esto
no supone más que constatar que somos discípulos de Cristo. Y lo somos. Por eso es
Cristo mismo quien se dirige a nosotros para darnos a entender que nuestras
cruces son nuestras y que, si no somos capaces de evitarlas, al menos debemos
cargar con ellas.
Eleuterio Fernández
Guzmán