lunes, 29 de febrero de 2016

Libro: "Su Cruz y nuestras cruces"


Su Cruz y nuestras cruces


Título: Su Cruz y nuestras cruces
Autor: Eleuterio Fernández Guzmán
Editorial: Lulu
Páginas: 100
Precio aprox.: 4 € papel – 1 € Libro electrónico 
ISBN Papel: 5800113843083
ISBN eBook: 978-1-326-50307-9
Año edición: 2015
Los puedes adquirir en Lulu

Su Cruz y nuestras cruces, de Eleuterio Fernández Guzmán
Siempre que un discípulo de Cristo se pone ante un papel y quiere referirse a su vida como tal no puede evitar, ni quiere, saber que en determinado momento tiene que enfrentarse a su relación directa con el Maestro.
Así, muchos han sido los que han escrito vidas de Jesucristo: Giovanni Papini (“Historia de Cristo”), el P. Romano Guardini (“El Señor), el P. José Luis Martín Descalzo (“Vida y misterio de Jesús de Nazaret“), el P. José Antonio Sayas (“Señor y Cristo”) e incluso Joseph Ratzinger (“Jesús de Nazaret“). Todos ellos han sabido dejar bien sentado que un Dios hecho hombre como fue Aquel que naciera de una virgen de Nazaret, la Virgen por excelencia había causado una honda huella en sus corazones de discípulos.
Arriba decimos que el discípulo deberá, alguna vez, ponerse frente a Cristo. Y es que no tenemos por verdad que el Maestro suponga un problema para quien se considera discípulo. Por eso entendemos que tal enfrentamiento lo tenemos por expresión de expresar lo que le une y, al fin y al cabo, lo que determina que sea, en profundidad, su discípulo. Sería como la reedición de lo que dice San Juan justo en el comienzo de su Evangelio (1,1):
 “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios”.
El caso es que podemos entender que la Palabra estaba con Dios en el sentido de estar en diálogo con el Creador. Por eso decimos que la relación que mantiene quien quiere referirse a Cristo como su referencia, un discípulo atento a lo que eso supone, ha de querer manifestar que se sea, precisamente, discípulo. Entonces surge la intrínseca (nace de bien dentro del corazón) necesidad de querer expresar en qué se sustenta tal relación y, sobre todo, cómo puede apreciarse la misma. O, por decirlo de otra forma, hasta dónde puede verse influenciado el corazón de quien aprende de parte de Quien enseña.
Y si hablamos de Cristo no podemos dejar de mencionar aquello que hace esencial nuestra creencia católica y que tiene que ver con un momento muy concreto de su vida como hombre. Y nos referimos a cuando, tras una Pasión terrible (por sangrante y decepcionante según el hombre que veía a Jesucristo) fue llevado al monte llamado Calvario para ser colgado en dos maderos que se entrecruzaban.
Nos referimos, sin duda alguna, a la Cruz.
Como es lógico, siendo este el tema de este libro, de la Cruz de Cristo vamos a hablar enseguida o, mejor, va a hablar el protagonista principal de la misma. Es esencial para nosotros, sus discípulos. Sin ella no se entiende nada ni de lo que somos ni de lo que podemos llegar a ser de perseverar en su realidad. Sin ella, además, nuestra fe no sería lo que es y devendría simplemente buenista y una más entre las que hay en el mundo. Pero con la Cruz las cosas de nuestra espiritualidad saben a mucho más porque nos facilitan gozar de lo que supone sufrir hasta el máximo extremo pero saber sobreponerse al sufrimiento de una manera natural. Y es natural porque deviene del origen mismo de nuestra existencia como seres humanos: Dios nos crea y sabe que pasaremos por malos momentos. Pero pone en nuestro camino un remedio que tiene nombre de hombre y apellido de sangre y luz.
Pero la Cruz tiene otras cruces. Son las que cada cual cargamos y que nos asimilan, al menos en su esencia y sustancia espiritual, al hermano que supo dar su vida para que quien creyese en Él se salvase. Nuestras cruces, eso sí, vienen puestas sobre nuestras espaldas con la letra minúscula de no ser nada ni ante Dios mismo ni ante su Hijo Jesucristo. Minúscula, más pequeña que la original y buena Cruz donde Jesús perdonó a quienes lo estaban matando y pidió, además pidió, a Dios para que no tuviera en cuenta el mal que le estaban infiriendo aquellos que ignoraban a Quien se lo estaban haciendo.
Hablamos, por tanto, de Cruz y de cruces o, lo que es lo mismo, de aquella sobre la que Cristo murió y que es símbolo supremo de nuestra fe y sobre el que nos apoyamos para ser lo que somos y, también, de las que son  propiamente nuestras, la de sus discípulos. Y, como veremos, las hay de toda clase y condición. Casi, podríamos decir, y sin casi, adaptadas a nuestro propio ser de criaturas de Dios. Y es que, al fin y al cabo, cada cual carga con la suya o, a veces, con las suyas.
Este libro, pues, trata de la Cruz de Cristo y de la (o las) que cargamos cada uno de nosotros, sus discípulos.
Así, por ejemplo, Cristo nos dice esto que sigue:
“Ciertamente mi muerte en estos maderos es un misterio muy grande para el hombre. Es, además, algo que cuando comprendan a qué me refiero, los salvará para siempre.
¡Qué difícil es explicarles que mi muerte es esencial para que ellos puedan, un día, estar con mi Padre!
Ellos podrían haberse dado cuenta de que, a lo largo de mis años de enseñanza, les he ido diciendo (según mejoraba su comprensión) que todo lo que a mí se refería ya estaba escrito en los libros sagrados que se pueden leer en las sinagogas. Allí podían encontrarme. Es más, en alguna ocasión ya dije eso al leer uno de los textos del profeta Isaías. Muchos, claro, no quisieron comprenderme y los que entendieron a qué me refería se dieron cuenta de lo que eso podía suponer. Y sintieron miedo…
Pero ahora estoy aquí colgado. Y viendo cómo se disputan mis ropas (eso también estaba escrito) aquellos que me están dando muerte, pienso si acabarán comprendiendo que he cargado sobre mis hombros con todos los pecados del mundo. Que eso no ha sido fácil bien lo he comprendido en Getsemaní, cuando pedí a mi Padre que me librara de lo que iba a sufrir (¿Sabéis que ya lo sabía y que muchas veces lo dije antes de esto?) pero que no convenía para nada que se cumpliera mi voluntad sino la del Quien todo lo había creado”.
Les dejamos, aquí mismo, el Índice, para que pueda servir de orientación acerca del contenido del libro:
A modo de explicación                  
Su Cruz                             
Nuestras cruces:
1.    La cruz del sufrimiento.       
2.    La cruz de la soledad.                
3.    La cruz de la desesperanza.
4.    La cruz de la tristeza.          
5.    La cruz del odio.                 
6.    La cruz del egoísmo.           
7.    La cruz de la soberbia.        
8.    La cruz de la persecución.    
Un necesario epílogo

En realidad, todo esto no supone más que constatar que somos discípulos de Cristo. Y lo somos. Por eso es Cristo mismo quien se dirige a nosotros para darnos a entender que nuestras cruces son nuestras y que, si no somos capaces de evitarlas, al menos debemos cargar con ellas.

Eleuterio Fernández Guzmán               





Lo que quiere Cristo de nosotros

Pensamientos acerca de la cruz



El amor que Cristo manifestó, a lo largo de su vida, por todos y cada uno de los seres humanos, llegó al momento culminante cuando dio su vida colgado en unos maderos. Lo que quiso hacer el Hijo de Dios es demostrar hasta qué extremo se puede llegar si se ama al Padre y si, por eso mismo, se es capaz de soportar la carga que recae sobre nuestros hombros y sobre nuestro corazón. 

Como Cristo, debemos mirar hacia adelante sabiendo que, al acompañarlo con nuestra cruz, no estamos nada extraordinario sino, en todo caso, ordinario del todo: ser capaces de cumplir con nuestra misión de hijos de Dios. 


Eleuterio Fernández Guzmán

Lo que Dios quiere de nosotros

Pensamientos de vida eterna



Dios, que es Padre Nuestro y que nos ama mucho más de lo que, a lo mejor, podemos pensar, espera de nosotros que acudamos a su presencia. Por eso nos ha dado unos dones que debemos poner en práctica sin cicatería o egoísmo. Además, no podemos negar que somos capaces de hacer eso pero que, a la vez, muchas veces nos cuesta. 

El Padre nos espera y, para eso, Cristo está construyendo mansiones en el definitivo Reino de Dios. Baste, pues, con esto, para que dejemos a un lado las cosas del mundo y sembremos para la vida eterna.


Eleuterio Fernández Guzmán