Quienes nos consideramos hijos de Dios porque no hemos seguido al mundo con sus mundanidades, estamos en la seguridad de que nuestro Padre tiene preparada la eternidad para nosotros.
Desde mucho antes de que existiera el ser humano, Dios tenía, en su corazón, la ilusión de que la descendencia que pronto sería suya quiera volver a su seno y permanecer en él para siempre, siempre, siempre. Envió a su Hijo quien, encarnándose, se hizo hombre y vivió hasta que su muerte injusta nos procuró la salvación eterna.
La Vida Eterna nos fue ganada por Quien se entregó a la Cruz y derramó su sangre para que Dios nos permitiera vivir, tras volver a su seno, para siempre.
Eternamente viviremos por bondad de Dios porque tal es su voluntad y en las praderas del definitivo Reino del Creador nuestras almas pacerán por un tiempo sin tiempo y sin medida alguna.
Eleuterio Fernández Guzmán