Para
el ser humano común el dolor es expresión de un mal momento. Así, cuando una
persona se ve sometida por los influjos de la enfermedad no parece que pase por
el mejor momento de su vida. Lo físico, en el hombre, es componente esencial de
su existencia y no puede negar que, en efecto, puede padecer y, de hecho,
padece sufrimientos y pasa por tribulaciones muy dolorosas.
Pero
hay muchas formas de ver la enfermedad y de enfrentarse a ella. No todo es
decaimiento y pensamiento negativo al respecto del momento por el que se está
pasando. Y así lo han entendido muchos creyentes que han sabido obtener, para
su vida, lo que parecía imposible y que cifrado en gozo es, ¡vaya por donde!,
bastante.
Dice
san Josemaría en el número 208 de “Camino” “Bendito sea el dolor. —Amado sea el
dolor. —Santificado sea el dolor... ¡Glorificado sea el dolor!” porque entiende
que no es, sólo, fuente de perjuicio físico sino que del mismo puede ser causa
de santificación del hijo de Dios si sabe entenderlo correctamente.
Pero
en “Surco” (otro texto) dice el Fundador del Opus Dei algo que es muy
importante: “Al pensar en todo lo de tu vida que se quedará sin valor, por no
haberlo ofrecido a Dios, deberías sentirte avaro: ansioso de recogerlo todo,
también de no desaprovechar ningún dolor. —Porque, si el dolor acompaña a la
criatura, ¿qué es sino necedad el desperdiciarlo?”
Por
lo tanto, no vale la pena deshacerse en maledicencias contra lo que padecemos.
Espiritualmente, el dolor puede ser fuente de provecho para nuestra alma y para
nuestro corazón.
En
el sentido aquí expuesto abunda el emérito Papa Benedicto XVI cuando, en
el momento del rezo del Ángelus del 5 de febrero de 2012 dijo que “Sigue siendo
cierto que la enfermedad es una condición típicamente humana, en la cual
experimentamos realmente que no somos autosuficientes, sino que necesitamos de
los demás. En este sentido podríamos decir, de modo paradójico, que la
enfermedad puede ser un momento que restaura, en el cual experimentar la
atención de los otros y ¡prestar atención a los otros! Sin embargo, esta será
siempre una prueba, que puede llegar a ser larga y difícil.”
Sin
embargo, en determinados momentos y enfermedades, el hecho mismo de salir bien
parado de la misma no es cosa fácil y se nos pone a prueba para algo más que
para soportar lo que nos está pasando.
Entonces,
“Cuando la curación no llega y el sufrimiento se alarga, podemos permanecer
como abrumados, aislados, y entonces nuestra vida se deprime y se deshumaniza.
¿Cómo debemos reaccionar ante este ataque del mal? Por supuesto que con la cura
apropiada --la medicina en las últimas décadas ha dado grandes pasos, y estamos
agradecidos--, pero la Palabra de Dios nos enseña que hay una actitud
determinante y de fondo para hacer frente a la enfermedad, y es la fe en Dios,
en su bondad. Lo repite siempre Jesús a la gente que sana: Tu fe te ha salvado
(cf. Mc 5,34.36). Incluso de frente a la muerte, la fe puede hacer posible lo
que es humanamente imposible. ¿Pero fe en qué? En el amor de Dios. He aquí la
respuesta verdadera, que derrota radicalmente al mal. Así como Jesús se
enfrentó al Maligno con la fuerza del amor que viene del Padre, así nosotros
podemos afrontar y vencer la prueba de la enfermedad, teniendo nuestro corazón
inmerso en el amor de Dios."
Fe
en Dios. Recomendaba entonces el Papa alemán y que, no olvidemos, es lo único
que nos puede sustentar en los momentos difíciles de nuestra vida pues siendo
la enfermedad uno de los más destacados, no podemos dejar de lado lo que nos
une con nuestro Creador. Y eso también nos une, también nos une.
En
realidad, lo que nos viene muy bien a la hora de poder soportar con gozo el
dolor es el hecho de que nos sirva para comprender que somos muy limitados y
que, en cuanto a la naturaleza, con poco nos venimos abajo físicamente. Nuestra
perfección corporal (creación de la inteligencia superior de Dios) tiene,
también, sus límites que no debemos olvidar.
Pero
también el dolor puede servirnos para humanizarnos y alcanzar un grado de
solidaridad social que antes no teníamos. Así, ver la situación en la que nos
encontramos puede resultar crucial para, por ejemplo, pedir el oración por el
resto de personas enfermas que el mundo padecen diversos males físicos o
espirituales.
Es
bien cierto que la humanidad sufre y que, cada uno de nosotros, en determinados
momentos, vamos a pasar por enfermedades o simples dolores que es posible
disminuyan nuestra capacidad material. Sin embargo, no deberíamos dejar de
pasar la oportunidad que se nos brinda para, en primer lugar, revisar nuestra
vida por si acaso actuamos llevados por nuestro egoísmo y, en segundo lugar,
tener en cuenta a los que también sufren para pedir para ellos una mejoría…
según sea la voluntad de Dios.
Y
si, acaso, no comprendemos lo aquí se quiere decir, bastará con conocer al
Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo como para darse cuenta de lo que en verdad
hacemos negando, si así lo hacemos, el bien que podemos hacernos al gozar del
dolor o hacer del mismo algo gozoso.
Eleuterio Fernández Guzmán
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