El tema del sufrimiento tiene mucho que ver con
nuestra vida de hombres, de seres creados por una voluntad santa cuyo
dueño es Dios mismo, Creador y Todopoderoso.
Todos sufrimos. Queremos decir que en
determinados momentos de nuestra vida somos visitados por alguien a quien no
quisiéramos recibir pero que se presenta y no hay forma humana de deshacerse de
él. Está presente y no podemos negar que muchas veces se hacer notar y de qué
manera.
El caso es que para el ser humano común el dolor es
expresión de un mal momento. Así, cuando una persona se ve sometida por los
influjos de la enfermedad no parece que pase por el mejor momento de su vida.
Lo físico, en el hombre, es componente esencial de su existencia.
Pero hay muchas formas de ver la enfermedad y de
enfrentarse a ella. No todo es decaimiento y pensamiento negativo al
respecto del momento por el que se está pasando. Y así lo han entendido muchos
creyentes que han sabido obtener, para su vida, lo que parecía imposible.
Dice San Josemaría, en el número 208 de
“Camino”, “Bendito sea el dolor. —Amado sea el dolor. —Santificado sea
el dolor... ¡Glorificado sea el dolor!” porque entiende que no es sólo
fuente de perjuicio físico sino que el mismo puede ser causa de santificación
del hijo de Dios.
Por eso en “Surco” dice el santo de lo ordinario algo
que es muy importante:
“Al pensar en todo lo de tu vida que se quedará sin
valor, por no haberlo ofrecido a Dios, deberías sentirte avaro: ansioso de
recogerlo todo, también de no desaprovechar ningún dolor. —Porque, si el dolor
acompaña a la criatura, ¿qué es sino necedad el desperdiciarlo?”
Por lo tanto, no vale la pena deshacerse en
maledicencias contra lo que padecemos. Espiritualmente, el dolor
puede ser fuente de provecho para nuestra alma y para nuestro corazón; el
sufrimiento, una forma de tener el alma más limpia.
En el sentido aquí expuesto abunda el emérito Papa
Benedicto XVI cuando, en una ocasión, en el momento del rezo
del Ángelus, dijo que
“Sigue siendo cierto que la enfermedad es una condición
típicamente humana, en la cual experimentamos realmente que no somos
autosuficientes, sino que necesitamos de los demás. En este sentido podríamos
decir, de modo paradójico, que la enfermedad puede ser un momento que restaura,
en el cual experimentar la atención de los otros y ¡prestar atención a los
otros! Sin embargo, esta será siempre una prueba, que puede llegar a ser larga
y difícil.”
Sin embargo, en determinados momentos y enfermedades,
el hecho mismo de salir bien parado de la misma no es cosa fácil y
se nos pone a prueba para algo más que para soportar lo que nos está
pasando.
Entonces,
“Cuando la curación no llega y el sufrimiento se
alarga, podemos permanecer como abrumados, aislados, y entonces nuestra vida se
deprime y se deshumaniza. ¿Cómo debemos reaccionar ante este ataque del mal?
Por supuesto que con la cura apropiada --la medicina en las últimas décadas ha
dado grandes pasos, y estamos agradecidos--, pero la Palabra de Dios nos enseña
que hay una actitud determinante y de fondo para hacer frente a la enfermedad,
y es la fe en Dios, en su bondad. Lo repite siempre Jesús a la gente que sana:
Tu fe te ha salvado (cf. Mc 5,34.36). Incluso de frente a la muerte, la fe puede
hacer posible lo que es humanamente imposible. ¿Pero fe en qué? En el amor de
Dios. He aquí la respuesta verdadera, que derrota radicalmente al mal. Así como
Jesús se enfrentó al Maligno con la fuerza del amor que viene del Padre, así
nosotros podemos afrontar y vencer la prueba de la enfermedad, teniendo nuestro
corazón inmerso en el amor de Dios.”
Fe en Dios. Recomienda el Papa Alemán
que no olvidemos lo único que nos puede sustentar en los momentos difíciles de
nuestra vida y, siendo la enfermedad uno de los más destacados, no podemos
dejar de lado lo que nos une con nuestro Creador.
En realidad, lo que nos viene muy bien a la hora de
poder soportar con gozo el dolor es el hecho de que nos sirva para comprender
que somos muy limitados y que, en cuanto a la naturaleza, con poco
nos venimos abajo físicamente. Nuestra perfección corporal (creación de la
inteligencia superior de Dios) tiene, también, sus límites que no debemos
olvidar.
Pero también el dolor puede servirnos para
humanizarnos y alcanzar un grado de solidaridad social que antes no teníamos. Así,
ver la situación en la que nos encontramos puede resultar crucial para, por
ejemplo, pedir en oración por el resto de personas enfermas que en el mundo
padecen diversos males físicos o espirituales.
Es bien cierto que la humanidad sufre y que, cada uno
de nosotros, en determinados momentos, vamos a pasar por enfermedades o simples
dolores que es posible disminuyan nuestra capacidad material. Sin
embargo, no deberíamos dejar pasar la oportunidad que se nos brinda para, en
primer lugar, revisar nuestra vida por si acaso actuamos llevados por nuestro
egoísmo y, en segundo lugar, tener en cuenta a los que también sufren.
Y si, acaso, no comprendemos lo que aquí se quiere
decir, bastará con conocer al Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, como
para darnos cuenta de lo que en verdad hacemos negando, si así lo hacemos: el
bien que podemos hacernos al gozar del dolor o hacer, del mismo, algo
gozoso.
Sufrimos: sí. ¿Podemos cambiar el
negativo peso de espada de Damocles sobre nuestra vida que tiene el sufrimiento
por liberación del alma?: también podemos responder a esto afirmativamente.
Pero no podemos negar, ni queremos, que no es cosa fácil y que es más que
probable que nos dejemos ir por el camino con una carga muy pesada. De todas
formas, es seguro que podemos caminar mucho mejor sabiendo que tal carga la
comparte con nosotros nuestro hermano Jesucristo. No miraremos, así, para otro
lado y afrontaremos las circunstancias según las afrontaba el Mesías: de cara
para no darles nunca la espalda.
6 - Oración y sufrimiento

“¿Sufre alguno entre ustedes? Que ore.”
Santiago 5,13
“El sufrimiento de aquí abajo no tiene proporción con
la gloria del cielo.”
San Pablo, 2 Cor 4, 17
En las Sagradas Escrituras podemos encontrar muchos
textos en los que el sufrimiento es preparación para la
salvación eterna y, en un sentido más que cierto, es oración. Aquí traemos, al
menos, unos cuantos:
El sufrimiento en el Plan de la Salvación
Romanos 8, 28-30
“Por lo demás, sabemos que en todas las cosas
interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados
según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a
reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos
hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los llamó; y a los que llamó,
a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los
glorificó.”
2 Corintios 1, 7
“Es firme nuestra esperanza respecto de ustedes; pues
sabemos que, como son solidarios con nosotros en los sufrimientos, así lo serán
también en la consolación.”
Dichosos los que sufren en Cristo
Lamentaciones 3, 19-33
“Recuerda mi miseria y vida errante: ¡todo es ajenjo y
amargura! Lo recuerda, lo recuerda, y se hunde mi espíritu dentro de mí. Pero
algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar: Que el amor de Yahvé no ha
acabado, que no se ha agotado su ternura; mañana a mañana se renuevan: ¡grande
es tu fidelidad! ‘¡Mi porción es Yahvé, me digo, por eso en él esperaré!’ Bueno
es Yahvé para quien lo espera, para todo aquel que lo busca. Bueno es esperar
en silencio la salvación de Yahvé. Bueno es para el hombre soportar el yugo
desde su mocedad. Que se esté solo y silencioso, cuando el Señor se lo impone;
que humille su boca en el polvo: quizá así quede esperanza; que ponga la
mejilla a quien lo hiere, que se harte de oprobios. Porque no desecha para
siempre a los humanos el Señor: después de afligir se apiada según su inmenso
amor; pues no se complace en humillar, en afligir a los seres humanos.”
1ª Pedro 4, 1-2
“Ya que Cristo padeció en la carne, armaos también
vosotros de este mismo pensamiento: quien padece en la carne, ha roto con el
pecado, para vivir ya el tiempo que le quede en la carne, no según las pasiones
humanas, sino según la voluntad de Dios.”
Colosenses 1, 24
“Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por
vosotros, y completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo en mi carne, en
favor de su cuerpo, que es la Iglesia”
El Sufrimiento es pasajero y la Gloria, eterna
Filipenses 3, 7-11
“Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una
pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la
sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas
las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no
con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe en
Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, y conocerle a él, el
poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hecho semejante a
él en la muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos.”
1ª Pedro 5, 10
“El Dios de toda gracia, el que los ha llamado a su
eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos, los restablecerá,
afianzará, robustecerá y los consolidará.”
El sufrimiento es suplica a Dios
Efesios 1,17
“Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de
la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente;
iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza
a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él
en herencia a los santos, y cuál la soberana grandeza de su poder para con
nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que
desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su
diestra en los cielos”.
Es nuestro ideal
Gálatas 2, 19-20
“En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de
vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado; y ya no vivo yo, sino que Cristo
vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó
y se entregó a sí mismo por mí.”
Por otra parte, resulta de todo punto ordinario
sostener que, para un católico, la oración es el
instrumento espiritual a través de cual, mediante el cual, se pueden evitar
muchos decaimientos del espíritu en el abismo.
Esto lo decimos porque en materia de sufrimiento no
podemos negar que existen muchas oraciones que nos pueden ayudar
mucho en el trance que supone el dolor y, yendo más allá, del propio
sufrimiento.
Empecemos, por decirlo así, por algo que, en sí mismo,
podría parecer, contradictorio o, como poco, paradójico. Y es que un creyente
católico haya escrito un llamado “Credo del
sufrimiento” no deja de sostener que quien eso ha hecho tiene mucha fe en
la labor pacificadora del alma que encierra el sufrimiento y, sobre todo, del
fruto que se puede obtener del mismo.
El “Credo del sufrimiento”, debemos decirlo, es
obra del Beato Manuel Lozano Garrido, más conocido como Lolo, y expresa, de
una forma muy convincente, lo que se puede llegar a creer acerca de algo tan
duro como es, tantas veces, el sufrimiento.
Credo del Sufrimiento
“CREO en el sufrimiento como en una elección y quiero
hacer de cada latido, un sí de correspondencia al amor.
CREO que el sacrificio es un telegrama a Dios con
respuesta segura de Gracia.
CREO en la misión redentora del sufrimiento. Me
acercaré a quien sufre como el relicario que guarda el “Lignum-crucis” de la
Pasión.
Doy un margen de fe al dolor en lo que tiene de poda
necesaria y viviré en silencio mi hora de germinación, con la esperanza a
punto.
CREO en la función útil de la soledad. Los pantanos se
hacen en las afueras, para recoger la fuerza del agua y luego devolverla en
luces y energía.
CREO que la acción y sacrificio cristianos se traban
como la era y la lumbre de un cirio. Cuanto más pura es una inmolación tanto
más resplandeciente su testimonio.
CREO que la inutilidad física revierte en provecho
espiritual de todos. El arco iris de la Redención se tensa desde la inmovilidad
de un niño hasta la invalidez que dan los clavos de una Cruz.
Daré a Dios los panes y los peces de mi corazón para
que ÉL los convierta en milagro de salvación para todos.
Árbol de Dios, con raíces y ramas, viviré con las
rodillas atornilladas y las manos metidas en las estrellas, encaramando nuestra
savia y porteando hacia abajo la cosecha de la Gracia.”
Podemos entrar, ahora que hemos centrado la cuestión
del sufrimiento en el justo sentido que tiene el mismo, en otras oraciones que
pueden ayudarnos a sobrenadar (en expresión también de Manuel Lozano Garrido)
el sufrimiento. Procuraremos, con las mismas, que aquello que nos pueda acaecer
y que nos pudiera procurar una actitud agria troque en sentido bien para
nuestra vida.
En realidad, de lo que se trata es de hacer abundante
uso y disfrute, vía goce espiritual, de aquello que se nos ha
dado para que nos contemplemos en la justa medida y no en una que esté
tergiversada y desfigurada por la amargura del sufrimiento y el lacerante apego
que, a veces, el dolor tiene con nosotros. Ya podemos suponer que a lo largo de
los siglos ha habido muchos hermanos nuestros en la fe que han alcanzado altas
cotas de espiritualidad.
Así, a ellos nos echamos como quien teniendo sed se
echa en una fuente de agua fresca. Algo así como la cierva
de la que el salmista escribe que busca aguas necesarias para su vida (“Como
jadea la cierva, tras las corrientes de agua, así jadea mi alma, en pos de ti,
mi Dios”, dice el Salmo 41) y encuentra dónde saciar su sed de vida.
“Oh Hostia viva, sostenme en este destierro para que
pueda seguir fielmente las huellas del Salvador. No te pido, oh Señor, que me
bajes de la cruz sino que me permitas perseverar en ella. Deseo ser extendida
en la cruz como tú, Jesús. Deseo experimentar todos los tormentos y dolores que
tú sufriste; deseo beber el cáliz de la amargura hasta el fondo.”
Santa Faustina Kowalska
“Oh mi Jesús, dame fuerza para soportar los
sufrimientos y para que mi boca no se tuerza cuando bebo el cáliz de la
amargura. Ayúdame tú mismo para que mi sacrificio te sea agradable: que no lo
profane mi amor propio. Que te alabe, oh Señor, todo lo que hay dentro de mí:
la miseria y la fuerza.”
Santa Faustina Kowalska
“¡Dios mío, lo elijo todo! No quiero ser santa a
medias; no tengo miedo de sufrir por vos; tan solo temo una cosa: conservar mi
voluntad; tomadla, pues; ¡Elijo todo lo que vos queráis!”
Santa Teresita del Niño Jesús
“Fuera de la Cruz no hay otra escala por dónde subir al
cielo”
Santa Rosa de Lima
Aceptación de la enfermedad I
“Señor Jesús, la enfermedad ha llamado a la puerta de
mi vida: una experiencia dura, una realidad difícil de aceptar. No obstante, te
doy gracias por esta enfermedad: me ha hecho tocar con la mano la fragilidad y
la precariedad de la humana existencia. Ahora miro todo con otros ojos: lo que
soy y lo que tengo, no me pertenece, es un don tuyo. He descubierto qué quiere
decir depender, tener necesidad de todo y de todos, no poder hacer nada solo.
He vivido la soledad y la angustia, también el afecto
y la amistad de tantas personas.
¡Señor!, aunque me es difícil, repito: ¡Hágase tu
voluntad!’.
Te ofrezco mis sufrimientos y los uno a los de Cristo
Crucificado.
Bendice las personas que me asisten y las que sufren
por mí. Amén.”
Aceptación de la enfermedad II
“Ayúdame, Señor, a obtener el fruto espiritual que Tú
pretendes con esta enfermedad que me has enviado. Haz que comprenda que las
enfermedades del cuerpo me ayudan a conseguir un conocimiento más perfecto del
mismo, a desprenderme de todo lo creado y me invitan mediante la espontánea
reflexión que trae consigo, sobre la brevedad de la vida, a trabajar con más
empeño y seriedad en preparar mi alma para la vida futura donde no existe ni
enfermedad ni pena, sino el eterno gozo de tu compañía.”
Oración del enfermo inválido
Beato Manuel Lozano Garrido ("Lolo")
“¡Señor, nosotros, los enfermos, nos acercamos a Ti!
Somos los 'inútiles' de la humanidad. En todas partes
estorbamos.
No podemos echar nuestra parte a la economía maltrecha
del hogar difícil.
Gastamos y consumimos dolorosamente los pobres ahorros
en medicinas, en inyecciones, en apresuradas visitas de médicos.
Todos sonríen, nosotros lloramos en silencio.
Todos trabajan; nosotros descansamos forzosamente.
Quietud más fatigosa que la misma labor. No podemos levantar la silla que ha
caído, ni acudir al teléfono que suena; ni abrir la puerta cuando toca el
timbre... No nos es permitido soñar; ni amar a una mujer o a un hombre; ni
pensar en un hogar; ni acariciar con los dedos de la ilusión las rubias cabezas
de nuestros hijos.
Y, sin embargo, sabemos... que tenemos reservada para
nosotros una empresa muy grande: ayudar a los hombres a salvarse, unidos a Ti.
Haz, Señor, que comprendamos la sublime fuerza del
dolor cristiano. Que conozcamos nuestra vocación y su sentido íntimo.
Recoge, Señor, como un manojo de lirios, en tus manos
clavadas, nuestra inutilidad, para que les des una eficacia redentora
universal.
La salvación del mundo la has puesto en nuestras
almas.
Que no te defraudemos.”
Oración del enfermo I
“Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Tú que en
todos estás presente y lo llenas todo con el consuelo de tu Espíritu Santo, ven
a fortalecernos en nuestras angustias y preocupaciones.
Tú, que por tu Hijo Jesucristo saliste al encuentro de
los enfermos, tocaste las llagas de los leprosos, consolaste a los afligidos,
defendiste a los pobres y resucitaste a los muertos: ven a dar sentido a
nuestros males, ven a sanar nuestros corazones, ven a darnos vida abundante y
alivio a nuestros sufrimientos.
Que animados por la Fe, llenos de amor y de esperanza,
completemos en nuestros cuerpos lo que falta a la pasión de Cristo, por el bien
de la Iglesia y de toda la humanidad. Amén.”
Oración del enfermo II
“Señor Jesús, Te agradezco por el don de la vida. Tú
conoces las personas y las circunstancias que me han formado ya sea física como
emocional y espiritualmente. Ellas, y las más íntimas experiencias de mi mente
y de mi corazón, me han hecho la persona que soy ahora.
Perdóname, Señor, por todas las veces que te he
fallado, por mis fallos contra mí mismo y los demás. Al mismo tiempo, perdono a
todos los que me han fallado de alguna manera y me han herido.
Ayúdame a ver que mi enfermedad tiene una parte muy
importante en mi vida. Ella me ayudará a ser plenamente la persona que Tú
quieres que yo sea. No permitas que yo pierda o desperdicie lo que Tú quieres
hacer conmigo para hacer completa mi vida en esta tierra y para preparar mi
vida contigo en el Cielo.
Ahora yo no puedo orar de la manera que quisiera
(estoy dolorido, cansado confundido...). Te pido que aceptes cada respiro como
un acto de amor y de confianza en Ti.
Tú eres mi Salvador. Yo quiero descansar sobre tu
amante Corazón en la seguridad y en la paz, como un niño en los brazos de su
padre. Yo sé que Tú no me abandonarás.
Te amo, mi Señor, quisiera amarte como Ella te
amó.”
Creo en ti
“Cuando llega la dificultad y las pruebas, en los
momentos de angustia, de duda o enfermedad, es bueno decir al Señor que
seguimos creyendo en El.
1. Señor, Tú siempre me has dado
la fuerza necesaria,
y, aunque débil,
Creo en Ti.
2. Señor, Tú siempre me has dado
la paz de cada día,
y, aunque angustiado,
Creo en Ti.
3. Señor, Tú siempre me has guardado
en la prueba,
y, aunque estoy en ella,
Creo en Ti.
4. Señor, Tu siempre has alumbrado
mis tinieblas,
y, aunque no tengo luz,
Creo en Ti.”
Oración en el sufrimiento
“Padre Dios. Tú nos has hecho
para que vivamos en Ti
y estemos en Ti.
Nosotros sufrimos
tantas veces por nuestros defectos,
por aquello que nos pasa,
por lo que hacemos.
Nosotros sufrimos tantas veces
por falta de fe,
por alejarnos de Ti,
por querer volar solos
con nuestros pies de barro…
Padre Dios. Tú quieres amarnos siempre
y te pedimos auxilio
en nuestras caídas,
ayuda en nuestras equivocaciones, comprensión en
nuestras noches oscuras.
Padre Dios. Tú nos quieres a tu lado
y prefieres, para nosotros tus hijos,
el fin de nuestro sufrimiento
pero nosotros no siempre lo entendemos.
Padre Dios. Danos fuerza en la tribulación,
esperanza en el silencio del espíritu,
perseverancia en la oración de súplica.
Amén.”
Eleuterio Fernández Guzmán
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