sábado, 20 de abril de 2019

Serie el sufrimiento – 4- El fruto del sufrimiento







El tema del sufrimiento tiene mucho que ver con nuestra vida de hombres, de seres creados por una voluntad santa cuyo dueño es Dios mismo, Creador y Todopoderoso. 
Todos sufrimos. Queremos decir que en determinados momentos de nuestra vida somos visitados por alguien a quien no quisiéramos recibir pero que se presenta y no hay forma humana de deshacerse de él. Está presente y no podemos negar que muchas veces se hacer notar y de qué manera. 
El caso es que para el ser humano común el dolor es expresión de un mal momento. Así, cuando una persona se ve sometida por los influjos de la enfermedad no parece que pase por el mejor momento de su vida. Lo físico, en el hombre, es componente esencial de su existencia. 
Pero hay muchas formas de ver la enfermedad y de enfrentarse a ella. No todo es decaimiento y pensamiento negativo al respecto del momento por el que se está pasando. Y así lo han entendido muchos creyentes que han sabido obtener, para su vida, lo que parecía imposible. 
Dice San Josemaría, en el número 208 de “Camino”, “Bendito sea el dolor. —Amado sea el dolor. —Santificado sea el dolor... ¡Glorificado sea el dolor!” porque entiende que no es sólo fuente de perjuicio físico sino que el mismo puede ser causa de santificación del hijo de Dios. 
Por eso en “Surco” dice el santo de lo ordinario algo que es muy importante: 
Al pensar en todo lo de tu vida que se quedará sin valor, por no haberlo ofrecido a Dios, deberías sentirte avaro: ansioso de recogerlo todo, también de no desaprovechar ningún dolor. —Porque, si el dolor acompaña a la criatura, ¿qué es sino necedad el desperdiciarlo?”
Por lo tanto, no vale la pena deshacerse en maledicencias contra lo que padecemos. Espiritualmente, el dolor puede ser fuente de provecho para nuestra alma y para nuestro corazón; el sufrimiento, una forma de tener el alma más limpia. 
En el sentido aquí expuesto abunda el emérito Papa Benedicto XVI cuando, en una ocasión, en el momento del rezo del Ángelus, dijo que

Sigue siendo cierto que la enfermedad es una condición típicamente humana, en la cual experimentamos realmente que no somos autosuficientes, sino que necesitamos de los demás. En este sentido podríamos decir, de modo paradójico, que la enfermedad puede ser un momento que restaura, en el cual experimentar la atención de los otros y ¡prestar atención a los otros! Sin embargo, esta será siempre una prueba, que puede llegar a ser larga y difícil.”

Sin embargo, en determinados momentos y enfermedades, el hecho mismo de salir bien parado de la misma no es cosa fácil y se nos pone a prueba para algo más que para soportar lo que nos está pasando. 
Entonces,
Cuando la curación no llega y el sufrimiento se alarga, podemos permanecer como abrumados, aislados, y entonces nuestra vida se deprime y se deshumaniza. ¿Cómo debemos reaccionar ante este ataque del mal? Por supuesto que con la cura apropiada --la medicina en las últimas décadas ha dado grandes pasos, y estamos agradecidos--, pero la Palabra de Dios nos enseña que hay una actitud determinante y de fondo para hacer frente a la enfermedad, y es la fe en Dios, en su bondad. Lo repite siempre Jesús a la gente que sana: Tu fe te ha salvado (cf. Mc 5,34.36). Incluso de frente a la muerte, la fe puede hacer posible lo que es humanamente imposible. ¿Pero fe en qué? En el amor de Dios. He aquí la respuesta verdadera, que derrota radicalmente al mal. Así como Jesús se enfrentó al Maligno con la fuerza del amor que viene del Padre, así nosotros podemos afrontar y vencer la prueba de la enfermedad, teniendo nuestro corazón inmerso en el amor de Dios.”
Fe en Dios. Recomienda el Papa Alemán que no olvidemos lo único que nos puede sustentar en los momentos difíciles de nuestra vida y, siendo la enfermedad uno de los más destacados, no podemos dejar de lado lo que nos une con nuestro Creador. 
En realidad, lo que nos viene muy bien a la hora de poder soportar con gozo el dolor es el hecho de que nos sirva para comprender que somos muy limitados y que, en cuanto a la naturaleza, con poco nos venimos abajo físicamente. Nuestra perfección corporal (creación de la inteligencia superior de Dios) tiene, también, sus límites que no debemos olvidar. 
Pero también el dolor puede servirnos para humanizarnos y alcanzar un grado de solidaridad social que antes no teníamos. Así, ver la situación en la que nos encontramos puede resultar crucial para, por ejemplo, pedir en oración por el resto de personas enfermas que en el mundo padecen diversos males físicos o espirituales. 
Es bien cierto que la humanidad sufre y que, cada uno de nosotros, en determinados momentos, vamos a pasar por enfermedades o simples dolores que es posible disminuyan nuestra capacidad material. Sin embargo, no deberíamos dejar pasar la oportunidad que se nos brinda para, en primer lugar, revisar nuestra vida por si acaso actuamos llevados por nuestro egoísmo y, en segundo lugar, tener en cuenta a los que también sufren. 
Y si, acaso, no comprendemos lo que aquí se quiere decir, bastará con conocer al Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, como para darnos cuenta de lo que en verdad hacemos negando, si así lo hacemos: el bien que podemos hacernos al gozar del dolor o hacer, del mismo, algo gozoso. 
Sufrimos: sí. ¿Podemos cambiar el negativo peso de espada de Damocles sobre nuestra vida que tiene el sufrimiento por liberación del alma?: también podemos responder a esto afirmativamente. Pero no podemos negar, ni queremos, que no es cosa fácil y que es más que probable que nos dejemos ir por el camino con una carga muy pesada. De todas formas, es seguro que podemos caminar mucho mejor sabiendo que tal carga la comparte con nosotros nuestro hermano Jesucristo. No miraremos, así, para otro lado y afrontaremos las circunstancias según las afrontaba el Mesías: de cara para no darles nunca la espalda. 


4- El fruto del sufrimiento

 Que del sufrimiento se pueda obtener algún fruto ha de ser, para más de uno, cosa de necios pues ¿quién puede decir que obtiene algo del hecho mismo de sufrir? 
Tal forma de pensar dista mucha de la que puede considerarse la propia de un discípulo de Cristo Quien, no lo olvidemos, tanto fruto obtuvo del sufrimiento de su Pasión. 
Es bien cierto, y no podemos negarlo, que para llegar a una conclusión como la que aquí planteamos, hay que dar la vuelta a lo que comúnmente se entiende por sufrimiento y, como no podía ser de otra manera, pasarlo por el tamiz de la fe católica pues hay realidades, como ésta, que no son fáciles de comprender. Ahora bien, que se pueden comprender es más que cierto. 
Partimos del hecho de que el sufrimiento tiene, además de salida, fruto. Así, de principio, aportamos nuestro pensamiento al respecto sin que nadie pueda llevarse a engaño. Fruto, lo que se dice fruto del sufrir, lo hay. 
Empecemos diciendo que el mayor fruto del sufrimiento es, o supone, entrar en la Gloria. Y queremos decir que en la Bienaventuranza no se entra, como bien dijo Cristo, por la puerta ancha sino por la muy, muy y muy estrecha. 
La estrechez de tal puerta tiene un marco, un dintel constituidos por el sufrimiento, por cada uno de los que hayamos tenido a lo largo de nuestra vida y hayamos sido capaces de ofrecer por santas intenciones. Además, en el frontispicio, como llave maestra que abre la puerta estrecha, pero puerta, está escrita la palabra, precisamente, “sacrificio”. 
No podemos negar que un fruto tan abundante como es el Cielo es más que importante. Y lo es porque es el único que todo discípulo de Cristo debería anhelar sin olvidar, eso sí, que a él sólo llegará después de un recorrido donde las piedras del camino y las asechanzas del Maligno para que lo abandone serán el pan nuestro de cada día. 
A este respecto, en un Mini-libro de la Madre Angélica (que Dios tenga en su Gloria) de título “El poder sanador del sufrimiento” nos habla ella de diversos tipos de sufrimientos. Y nosotros, que seguimos a rajatabla lo que nos dice tan santa religiosa mujer, nos damos cuenta que, de los mismos, se obtiene notable fruto. 
Así, nos habla de los siguientes sufrimientos: 
Sufrimiento Preventivo
Cuantas veces imploramos a Dios por algún favor con gran fervor, sólo para después sufrir la decepción más aplastante. ¡Meses o años más tarde nuestros corazones irrumpen en oraciones de acción de gracias cuando miramos hacia atrás y comprendemos que la adquisición de tal “favor” habría sido desastrosa!
Sufrimiento Correctivo
A lo largo del Antiguo Testamento uno casi puede sentir el Corazón de Dios que alcanza su límite cuando le suplica a su pueblo que no viva fuera de su Voluntad, no porque quiera que los hombres hagan lo que él dice, sino porque las criaturas que Él creó viven más felices cuando viven amando a su Creador. Es por su bien, no por el suyo, que los atrae a sí por medio de la corrección.
El Sufrimiento del arrepentimiento
El pecador que de pronto comprende el amor de Dios por él y luego mira como rechaza aquel amor, siente una pérdida similar a la muerte de un ser querido. Un vacío profundo se genera en el alma, y una soledad semejante a la agonía de la muerte. El alma se siente envuelta por una helada capa de hielo, y esto no es, sin embargo, el miedo al castigo, sino la conciencia de su ingratitud ante alguien tan bueno y cariñoso como Dios. El dolor comienza a curar las heridas hechas por el pecado y Dios mismo consuela el alma con el bálsamo curativo de su Piedad y Compasión.
Sufrimiento Redentor
La palabra “redimir” significa rescatar, poner en libertad, pagar el rescate, y pagar la pena incurrida por el otro. A menudo perdemos de vista la definición “poner en libertad” y desperdiciamos el poder de nuestro ejemplo, porque estamos llamados a hacer lo mismo con nuestro prójimo.
¿Cuál es el sentido de todo este sufrimiento para los demás? “Todo es para unirlos en el amor”, dice San Pablo, “y para convertir vuestras mentes, de modo que vuestro entendimiento sea completo”. (Col 2, 2)
El Sufrimiento del testigo
Probamos que somos siervos de Dios con gran fortaleza en tiempos de tribulación” (2 Cor 6, 4-10) Ver a un cristiano creer en el amor de Dios cuando el dolor lo abruma da mucha esperanza.
Ver la alegría en el rostro de un cristiano atormentado por pruebas y problemas renueva nuestra fe.
Ver a alguien aplastado pero sereno ante la muerte de un ser querido, nos hace pensar en que existe otra vida.
El fruto que el Espíritu hace brotar en nosotros necesita del sufrimiento. San Pablo nos dice que el fruto del espíritu es el amor, pero no siempre es fácil amar. Nuestro amor debe expandirse como el Amor Divino, debemos estar alegres pero debemos desapegarnos y confiar mucho en Dios para mantener la alegría.
El Sufrimiento interior
Uno de los mayores sufrimientos de la naturaleza humana es el sufrimiento que se lleva en el alma. Lo llaman Sufrimiento Interior y es difícil porque aunque podamos contarlo a un amigo, nunca podemos expresarlo como realmente sucede en la experiencia.
El sufrimiento interior puede ser más purificador que cualquier otro, porque estamos obligados a enfrentarlo. Podemos distraernos y olvidar un dolor en el tobillo, pero cuando la sequedad, el cansancio, la tristeza, las preocupaciones y el miedo nos atacan, son como un sabueso que nos sigue donde quiera que vayamos.
El Sufrimiento desperdiciado
El sufrimiento en sí mismo no nos hace santos. Si así fuera, todos los que están en el infierno serían salvados, ya que aguantan el peor sufrimiento y por toda la eternidad.
Es gracias a que Jesús sufrió y a que nosotros unimos nuestro dolor al suyo que este sufrimiento nos transforma y nos cambia. Es gracias a que el Espíritu habita en nuestras almas por el Bautismo que Él sufre cuando nosotros sufrimos. Lo que hacemos con los más pequeños, eso hacemos con Jesús, y mientras hacemos sufrir a los demás sin saber lo que hacemos, sufrimos más aún y no comprendemos el gran tesoro al que renunciamos.
Encontramos un ejemplo asombroso de este sufrimiento desperdiciado en la Escritura, en el Evangelio de San Juan. Jesús dijo a sus discípulos, “Ellos os expulsarán de las sinagogas y vendrá el tiempo en que os mataran pensando que con ello cumplen la voluntad de Dios. Harán estas cosas porque nunca conocieron al Padre o a Mí. (Jn 16, 2-3)

Siempre que suframos sin amor, será un sufrimiento desperdiciado.

Vemos, por tanto, que de cada uno de los sufrimientos se pueden obtener fruto:
Sufrimiento Preventivo: consolación en la Providencia de Dios.
Sufrimiento Correctivo: consolación en la voluntad de Dios.
El sufrimiento del arrepentimiento: la necesidad de pedir perdón al Todopoderoso.
Sufrimiento Redentor: la conversión continua, nuestra confesión de fe.
El Sufrimiento del testigo: servir de ejemplo para quien pueda apreciar nuestra voluntad de buscar la santificación.
El Sufrimiento interior: purificación del alma.
El Sufrimiento desperdiciado: reconocer que nunca debemos sufrir sin amor.
Vemos, por tanto, que sufrimiento no es algo que, acaeciéndonos, nada podamos obtener de bueno del mismo. Es más, muchas pruebas han dado los siglos de hermanos nuestros que han obtenido abundante fruto.
Pensemos además que como la naturaleza humana es muy “imaginativa” nos puede deparar sufrimientos de muchas clases y especies. Así, por ejemplo, podemos sufrir por soledad, por pobreza, por falsas acusaciones, por la pérdida del buen nombre, por el abandono, por el desprecio y eso sin contar los que pueden derivar de los que lo son físicos que en el sumun del sufrir algunos hermanos nuestros han recibido en forma de estigmas (¿Habrá algo más gozoso, precisamente, que tal sufrimiento?). 
Pues bien, de cada uno de ellos quien estima posible obtener fruto… acaba obteniéndolo. 
Veamos, por ejemplo, lo que nos dice Santa Teresita del Niño Jesús acerca del sufrimiento y del fruto que podemos obtener del mismo: 
Dios nos purifica en el crisol del sufrimiento, y por este medio nos prepara a la divinización y transformación en Él”. 
La vida, el tiempo, no es más que un sueño. Dios nos ve ya en la eternidad. ¡Cuánto bien me hace esta idea! A su luz comprendo el porqué del dolor”. 
¡Qué feliz soy de verme imperfecta y tan necesitada de la misericordia de Dios!” 
Sólo una cosa me alegra; sufrir por Jesús; y esta alegría no sentida, supera todo gozo”. “Alegría no sentida”.
O, también, lo que nos dice el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo: 
Los problemas arañan, laceran, escuecen, entretanto que esperan en el umbral la hora de la asimilación. El corazón que les abre desde el principio la puerta de la intimidad, sentirá instantáneamente el rebullir de la carne que empieza a cicatrizar. La mutilación de ese mundo tan maravilloso que es el de los sentidos, el sabor grato de la vida de relación, el impacto bello de la armonía de la naturaleza, se amortiguan en el planteamiento de una nueva evolución vital, en la que la profundización se reserva la paternidad de los hallazgos más luminosos y consoladores”. (“El sillón de ruedas”, p. 48).
 De cara al Cielo, el hombre que sufre se convierte en hoguera, en que se decante el oro del corazón”. (“Reportajes desde la cumbre”, p. 119). 
El sufrimiento, así como las castañas, de una palma en otra, sin que nadie se lo quede voluntariamente. Y sin embargo es bueno en su raíz y purifica siempre. Se le quita la cáscara y nos queda dorado, crujiente, cálido y apetitoso. El mismo Dios lo ofrece, como un bocado exquisito. El quid está en saber catarlo a tiempo y en ser siempre su buen “gourmet”. (“Las golondrinas nunca saben la hora”, p. 188).
 ¡Ay, qué escalofrío darse con un dolor nuevo en el recodo de una mañana! Pero, ¡ay también, qué proyección de Dios y qué chorro de gracia en cada encuentro!” (“Bien venido, amor”, 767). 
¿Para qué os voy a engañar? Mi camino tiene más espinas que rosas, aunque en el triunfo de la primavera esté siempre la flor. Quien tiene sed de Mí, desde ahora mismo le prometo que he de saciarle, pero no le quito que beba hiel, se mire las manos y vea los agujeros o toque su costado y sienta las yemas mojadas por la sangre que la va manando del atropello que sufren los demás”. (“Reportajes desde la cumbre”, pp. 154-155). 
Por otra parte, en la Sagrada Escritura encontramos a un gran “sufridor” (por su vida y las circunstancias por las que pasó): San Pablo. En sus escritos, nos revela que el sufrimiento, en forma de tribulación, no es poca cosa para sentirse, de verdad, discípulo de Cristo:

Epístola a los Romanos 8,35-37
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero.  Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó.” 

2ª Epístola a los Corintios 1,3-4 
¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!”

2ª Epístola Corintios 1,8-9 
Pues no queremos que lo ignoréis, hermanos: la tribulación sufrida en Asia nos abrumó hasta el extremo, por encima de nuestras fuerzas, hasta tal punto que perdimos la esperanza de conservar la vida. Pues hemos tenido sobre nosotros mismos la sentencia de muerte, para que no pongamos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos. “

Epístola a los Efesios 3,13 
Por lo cual os ruego no os desaniméis a causa de las tribulaciones que por vosotros padezco, pues ellas son vuestra gloria.”

Epístola a los Filipenses 4,14 
En todo caso, hicisteis bien en compartir mi tribulación.”

1ª Epístola a los Tesalonicenses 1,6 
Por vuestra parte, os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, abrazando la Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones.”

1ª Epístola a los Tesalonicenses 3,3-4

Para que nadie vacile en esas tribulaciones. Bien sabéis que este es nuestro destino: ya cuando estábamos con vosotros os predecíamos que íbamos a sufrir tribulaciones, y es lo que ha sucedido, como sabéis.”

1ª Epístola a los Tesalonicenses 3,7 
Así pues, hermanos, hemos recibido de vosotros un gran consuelo, motivado por vuestra fe, en medio de todas nuestras congojas y tribulaciones.” 

Y sobre el sufrimiento y su valor eficaz, San Juan Pablo II dijo, en una ocasión, el 30 de octubre de 1998 esto que sigue:

“Los enfermos y los que sufren están en el mismo centro del Evangelio. Predicamos a Cristo crucificado, lo que significa que predicamos una fuerza que surge de la debilidad. Cuando los enfermos están unidos con Cristo, la fuerza de Dios entra en sus vidas» hasta tocar el mundo. 

El sufrimiento humano puede mostrar la bondad de Dios. La experiencia del sufrimiento desanima y deprime a mucha gente, pero en las vidas de otros puede crear una nueva profundidad de humanidad: puede traer nueva fuerza y nueva intuición. El camino para comprender este misterio es nuestra fe”.

El caso es que en las últimas palabras aquí traídas de quien fuera Papa venido desde Polonia está el centro de todo este tema del sufrimiento en cuanto fruto que pueda obtenerse del mismo: la fe (de la que trataremos en el siguiente capítulo). Y es que es la fe la que puede hacer que sobrenademos los sufrimientos y que, desde ellos, la buena mirada del discípulo de Cristo e hijo de Dios ilumine a un mundo que tan necesitado está de disipar el hedonismo existente y tan urgido del verdadero Amor de Dios por sus criaturas. 

Eleuterio Fernández Guzmán



  
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viernes, 12 de abril de 2019

Serie el sufrimiento – 3- Hacer frente al sufrimiento


El tema del sufrimiento tiene mucho que ver con nuestra vida de hombres, de seres creados por una voluntad santa cuyo dueño es Dios mismo, Creador y Todopoderoso. 
Todos sufrimos. Queremos decir que en determinados momentos de nuestra vida somos visitados por alguien a quien no quisiéramos recibir pero que se presenta y no hay forma humana de deshacerse de él. Está presente y no podemos negar que muchas veces se hacer notar y de qué manera. 
El caso es que para el ser humano común el dolor es expresión de un mal momento. Así, cuando una persona se ve sometida por los influjos de la enfermedad no parece que pase por el mejor momento de su vida. Lo físico, en el hombre, es componente esencial de su existencia. 
Pero hay muchas formas de ver la enfermedad y de enfrentarse a ella. No todo es decaimiento y pensamiento negativo al respecto del momento por el que se está pasando. Y así lo han entendido muchos creyentes que han sabido obtener, para su vida, lo que parecía imposible. 
Dice San Josemaría, en el número 208 de “Camino”, “Bendito sea el dolor. —Amado sea el dolor. —Santificado sea el dolor... ¡Glorificado sea el dolor!” porque entiende que no es sólo fuente de perjuicio físico sino que el mismo puede ser causa de santificación del hijo de Dios. 
Por eso en “Surco” dice el santo de lo ordinario algo que es muy importante: 
Al pensar en todo lo de tu vida que se quedará sin valor, por no haberlo ofrecido a Dios, deberías sentirte avaro: ansioso de recogerlo todo, también de no desaprovechar ningún dolor. —Porque, si el dolor acompaña a la criatura, ¿qué es sino necedad el desperdiciarlo?”
Por lo tanto, no vale la pena deshacerse en maledicencias contra lo que padecemos. Espiritualmente, el dolor puede ser fuente de provecho para nuestra alma y para nuestro corazón; el sufrimiento, una forma de tener el alma más limpia. 
En el sentido aquí expuesto abunda el emérito Papa Benedicto XVI cuando, en una ocasión, en el momento del rezo del Ángelus, dijo que

Sigue siendo cierto que la enfermedad es una condición típicamente humana, en la cual experimentamos realmente que no somos autosuficientes, sino que necesitamos de los demás. En este sentido podríamos decir, de modo paradójico, que la enfermedad puede ser un momento que restaura, en el cual experimentar la atención de los otros y ¡prestar atención a los otros! Sin embargo, esta será siempre una prueba, que puede llegar a ser larga y difícil.”

Sin embargo, en determinados momentos y enfermedades, el hecho mismo de salir bien parado de la misma no es cosa fácil y se nos pone a prueba para algo más que para soportar lo que nos está pasando. 
Entonces,
Cuando la curación no llega y el sufrimiento se alarga, podemos permanecer como abrumados, aislados, y entonces nuestra vida se deprime y se deshumaniza. ¿Cómo debemos reaccionar ante este ataque del mal? Por supuesto que con la cura apropiada --la medicina en las últimas décadas ha dado grandes pasos, y estamos agradecidos--, pero la Palabra de Dios nos enseña que hay una actitud determinante y de fondo para hacer frente a la enfermedad, y es la fe en Dios, en su bondad. Lo repite siempre Jesús a la gente que sana: Tu fe te ha salvado (cf. Mc 5,34.36). Incluso de frente a la muerte, la fe puede hacer posible lo que es humanamente imposible. ¿Pero fe en qué? En el amor de Dios. He aquí la respuesta verdadera, que derrota radicalmente al mal. Así como Jesús se enfrentó al Maligno con la fuerza del amor que viene del Padre, así nosotros podemos afrontar y vencer la prueba de la enfermedad, teniendo nuestro corazón inmerso en el amor de Dios.”
Fe en Dios. Recomienda el Papa Alemán que no olvidemos lo único que nos puede sustentar en los momentos difíciles de nuestra vida y, siendo la enfermedad uno de los más destacados, no podemos dejar de lado lo que nos une con nuestro Creador. 
En realidad, lo que nos viene muy bien a la hora de poder soportar con gozo el dolor es el hecho de que nos sirva para comprender que somos muy limitados y que, en cuanto a la naturaleza, con poco nos venimos abajo físicamente. Nuestra perfección corporal (creación de la inteligencia superior de Dios) tiene, también, sus límites que no debemos olvidar. 
Pero también el dolor puede servirnos para humanizarnos y alcanzar un grado de solidaridad social que antes no teníamos. Así, ver la situación en la que nos encontramos puede resultar crucial para, por ejemplo, pedir en oración por el resto de personas enfermas que en el mundo padecen diversos males físicos o espirituales. 

Es bien cierto que la humanidad sufre y que, cada uno de nosotros, en determinados momentos, vamos a pasar por enfermedades o simples dolores que es posible disminuyan nuestra capacidad material. Sin embargo, no deberíamos dejar pasar la oportunidad que se nos brinda para, en primer lugar, revisar nuestra vida por si acaso actuamos llevados por nuestro egoísmo y, en segundo lugar, tener en cuenta a los que también sufren. 
Y si, acaso, no comprendemos lo que aquí se quiere decir, bastará con conocer al Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, como para darnos cuenta de lo que en verdad hacemos negando, si así lo hacemos: el bien que podemos hacernos al gozar del dolor o hacer, del mismo, algo gozoso. 
Sufrimos: sí. ¿Podemos cambiar el negativo peso de espada de Damocles sobre nuestra vida que tiene el sufrimiento por liberación del alma?: también podemos responder a esto afirmativamente. Pero no podemos negar, ni queremos, que no es cosa fácil y que es más que probable que nos dejemos ir por el camino con una carga muy pesada. De todas formas, es seguro que podemos caminar mucho mejor sabiendo que tal carga la comparte con nosotros nuestro hermano Jesucristo. No miraremos, así, para otro lado y afrontaremos las circunstancias según las afrontaba el Mesías: de cara para no darles nunca la espalda. 

3 - Hacer frente al sufrimiento

Según Thomas Hobbes “el hambre futura ya le convierte hoy en un hambriento”.  
Con esto queremos decir que si hay quien crea que nada sufre y lo único que puede argumentar que tiene miedo al sufrimiento… entonces, ese mismo instante es manifestación del sufrimiento. Ya sufre quien eso dice a pesar de que no lo crea. 
Está bien. Ya hemos dicho aquí (y lo diremos otras veces para que no se olvide) que todo ser humano sufre. Sí, todo ser humano, en un momento determinado de su vida, pasa por un tal momento. Lo que es importante es saber qué hacer ante el sufrimiento.
Lo único que no se puede hacer es, por ejemplo, no hacer nada. Tal actitud supondría la manifestación de una ceguera digna de otra causa pero no de la que supone darse cuenta de lo que pasa, al menos, en tales momentos. 
De todas formas, debemos aclarar que no es lo mismo sentir un dolor que sufrir. Es decir, no todo el que pasa por un momento de dolor está sufriendo en el sentido que damos a la palabra “sufrimiento”. 
Baste, a tal respecto, la definición de una y otra palabra para darnos cuenta de lo que queremos decir. 

Así, por ejemplo, “dolor” significa esto que sigue:

-Sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior. 
-Sentimiento de pena y congoja.

Por su parte, “sufrimiento”, esto otro:

-Padecimiento, dolor, pena.
-Paciencia, conformidad, tolerancia con que se sufre algo.

Vemos, así, de principio, que no es lo mismo padecer un dolor que verse inmerso en el sufrimiento. De todas formas, no podemos negar que tanto uno como otro pueden afectar, y mucho, la vida material y espiritual del hijo de Dios. 
El caso es que el sufrimiento supone, para quien lo pasa, un momento especialmente duro. Sufre quien ha, digamos, avanzado mucho en su dolor y la profundizado el mismo a un nivel tal que ha pasado de ser algo pasajero (por mucho que dure en el tiempo) a ser algo que se le ha adherido al corazón y a su propia naturaleza humana. En este sentido, sufre quien ha caído profundamente en una fosa difícil de evitar.
Pero, ante esto, ante el sufrimiento, nos queda una pregunta que responder y que da título a este apartado: ¿Qué hacer frente al sufrimiento?
Antes ya hemos dicho que la opción de no hacer nada no nos vale ni nos sirve. Es mejor hacerlo y si obtenemos fruto espiritual… mucho mejor.
Sobre esto último ya hablaremos luego. Ahora nos corresponde decir algo sobre lo primero, sobre qué hacer frente al sufrimiento. 
En este momento debemos traer a colación un episodio de la historia de la salvación que nos es más que conocidoEs, además, la base, el origen, de nuestra fe católica. Y nos referimos a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, momento en el cual el dolor puramente material alcanzó niveles difíciles de superar y donde el sufrimiento se manifestó con toda su crudeza.
Y esto lo decimos porque en tales circunstancias, nuestro Señor Jesucristo supo plantar cara al sufrimiento más, incluso, que al dolor contra el que poco podía hacer salvo soportarlo.
Pues bien, en dos textos del Nuevo Testamento se nos da una pista acerca de esto, acerca de las razones por las cuáles el Hijo de Dios supo vencer al sufrimiento. 
Así, se dice esto en la Epístola a los Hebreos (5,8)

aprendió a obedecer a través del sufrimiento.”
 Y, también, en la dirigida a los Filipenses (2,8):
 y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte  y muerte de cruz.”

Vemos, por tanto, que Jesucristo supo vencer al sufrimiento, se enfrentó al mismo y le plantó cara por medio de un mecanismo espiritual que tenía todo que ver con el sometimiento a la voluntad de su Padre. Y lo dice el texto, cada uno de ellos, con toda claridad: obedeció… hasta la muerte.
Ciertamente, Cristo padeció el sufrimiento en grado extremo porque, además del dolor material que le habían causado el espiritual no era menos al verse abandonado por casi todos sus Apóstoles. Se consoló, eso sí, con la presencia de su Madre y otras Santas Mujeres además de con Juan, su más joven Apóstol.  
Cristo, por tanto, supo cómo enfrentarse al sufrimiento. Y es que el ser humano, según sostiene el filósofo Robert Spaemann,

Vive en un estado que no es el normal. El sufrimiento se manifiesta como el reverso pasivo del mal, que ha sido causado por la desobediencia. Pero también como el único medio para suprimir el mal, precisamente a través de una experiencia adecuada a él. El mal atrae el sufrimiento, y con ello su propio juicio. Lo finito, que se pavonea de ser el centro de todo -y eso se llama desobediencia-, nada puede hacer para llegar a ser verdaderamente Dios.”

El sufrimiento, pues, puede ser vencido. Pero ha de serlo si es que se tiene la seguridad y la confianza en el auxilio de Dios que, amando a su criatura, nunca la deja sola y desamparada frente a las asechanzas del Mal. 
Y hay, como puede deducirse de la forma de ser y actuar de Jesucristo en su Pasión, algo de lo que hacer abundante uso cuando se trata del dolor y su exacerbación, el sufrimiento: el amor. 
Ciertamente, quien sufre no puede decir que, en sí mismo, el sufrimiento, sea algo bueno. Es decir, no se buscan aquí actitudes masoquistas ni nada por el estilo. Por eso, nadie que sufra simplemente dolor o llegue al puro sufrimiento va a querer seguir así para demostrar nada. Lo que hará será, si es capaz de alcanzar tal estado de beneficio espiritual, es ofrecer tal dolor, tal sufrimiento, por ejemplo, por una santa intención. Así, encontrará salida la situación, en principio negativa, por la que está pasando.
De todas formas, como decimos, así se manifiesta amor por el prójimo y se hace frente, ciertamente, a lo que podría parecer imposible de hacer frente. 
No podemos, por tanto, hacer de menos al sufrimiento. Y con esto estamos con lo que sostiene el emérito Benedicto XVI cuando, al respecto del sufrimiento, dice esto:

Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar un sentido mediante la unión con Cristo, que sufrió con amor infinito”.

El caso es que no son escasos los ejemplos de hermanos nuestros que han sido capaces de hacer frente al sufrimiento. Así, por ejemplo, la Venerable francesa Marta Robin, la Beata Ana Catalina Emmerick y, ya entre nosotros, el Beato español Manuel Lozano Garrido, más conocido como Lolo. 
En todos y cada uno de ellos vemos cómo es posible que, ante las tribulaciones físicas más tremendas y difíciles de superar supieron mantener un espíritu digno de ser llamado a ser ejemplo de templanza y de dignidad.
Lo que tales hermanos en la fe demostraron con sus vidas es que se puede estar inmerso en un profundo sufrimiento pero el mismo puede servir para aprender y para madurar en la fe y en la unión con Dios. Y así nosotros, que los miramos con admiración porque sabemos qué es lo que pasaron en sus vidas, podemos enfrentar nuestro propio sufrimiento con una guía, con un algo que nos sirva para hacerle frente sin decaimientos del espíritu hasta profundidades de las que no podamos salir.
¿Es fácil, pues, poner frente al sufrimiento una cara del alma firme? No. Seguramente es lo más difícil que podemos hacer. Sin embargo, hay quien ha sido capaz de hacerlo. Es más, seguramente hoy día hay muchos hermanos nuestros en la fe que lo hacen día a día y que nos deberían servir de ejemplo. 
Podemos, por tanto, hacer frente al sufrimiento:
1. Aceptándolo. 
2. Con amor, que nos ha de servir para sostenernos frente a la adversidad. 
3. Con oración, que nos dará la fuerza necesaria al no sentirnos olvidados por Dios. 
4. Con esperanza, que nos ha de servir de base para nunca desalentarnos ante el sufrimiento. 
5. Con visión de futuro porque sabemos que lo que Dios tiene preparado para aquellos que le aman nadie se lo puede, siquiera, imaginar.
6. Sabiendo que nos puede servir para purificar nuestra fe. 
7.  Perseverando en nuestra voluntad de consuelo al prójimo a partir del mismo. 
8.  Profundizando en el sentido último del mismo. 
9.  Abandonándonos a la voluntad divina y colaborando, con el mismo, a completar el de Jesucristo. 
10.  Siendo conscientes que de un tal mal puede salir un bien.    
El sufrimiento, por tanto, puede ser, ha de ser, enfrentado por quien sufre. Pero ha de ser enfrentado siendo conscientes de que, a lo mejor, se trata de una prueba puesta por el Todopoderoso para probar nuestra fortaleza espiritual.

Eleuterio Fernández Guzmán



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