En realidad el título de este artículo no ha sido inventado por el que esto escribe ni nada por el estilo. Y es que el mismo Lolo, al comienzo de los comienzos de los libros que publicó en vida, ya dice lo que aquí ponemos.
Esto lo decimos porque en el primer libro que publicó, de título “El sillón de ruedas” (más que apropiado el título porque ya llevaba mucho tiempo en un sillón de ruedas debido a su enfermedad degenerativa) y, en concreto, en el capítulo IV y dentro del apartado 1 (de título “El pan de cada día”) pone, como título del mismo, esto: “Profesión, inválido”.
Uno puede quedarse sorprendido por lo que eso significa. Es decir, que una tales palabras, dos, para decir lo que para él es su vida. Y a nosotros nos deja perplejos porque, seguramente, así lo consideraba Lolo y así era consciente de su existencia.
El caso es que cuando Manuel Lozano Garrido escribe y publica este libro hace muchos años que sufre y sus dolores son el pan suyo de cada día. Por tanto, sabe muy bien a qué atenerse al respecto de su sufrimiento. Veinte años, más o menos, hacía que su enfermedad empezó a manifestársele y eso le hace decir, según su propia experiencia, que era profesional de la invalidez, en el sentido que entonces se tenía de tal estado y que hoy día sería muy val visto como término que define el estado físico de una persona.
Es cierto y verdad que nosotros bien sabemos que no tenía nada de “inválido” o, lo que es lo mismo, de “no válido” si nos atenemos al significado del tal adjetivo calificativo. Y es que de su vida deducimos que fue más que válido y su intervención, por así decir, en el mundo fue más que aprovechable ya para sus contemporáneos y, luego, para todos los que lo hemos conocido. Por tanto, que él dijera que sentía que su profesión era ser inválido lo tenemos como una muestra de humildad más que notable.
Lo que pasa es que Lolo, como suele ser habitual en él, mira las cosas desde un punto de vista que no es sólo y exclusivamente natural, de vida de ser humano. Y es que lleva las cosas al justo ámbito de lo que le importa y que no es otra realidad que la de Dios mismos, la de Aquel que lo ha creado y mantiene, ¡mantiene!, en el mundo aún estando en el estado en el que se encontraba o, seguramente, por eso mismo…
Esto lo decimos porque justo al terminar este capítulo del que podríamos deducir que Lolo no creía que fuera válido para nada, lleva las cosas, como decimos, a donde deben ser llevadas. Y es que comprende muy bien su sufrimiento y lo enmarca donde debe estar enmarcado y que no es en otro lugar o espacio que el de su corazón Y es que, como decimos, al final de su “Profesión, inválido” dice esto que sigue y que aporta tanto para su persona como para sus muchos amigos (El sillón de ruedas, p. 49):
“Pero, por si no bastara el ángulo simple de la lógica, sobre el tapete estará, a su vez, la inequívoca presencia de Dios, filtrando hasta los núcleos doloridos, junto a su voluntad redentora, la cordialidad de su amor infinito y su participación en nuestra tortura. Alguien ha hablado de que una sencilla y humana convocatoria de la voluntad podría asegurar la victoria sobre el dolor. Lo exacto es que nuestros tendones, comprimidos al máximo, estarán siempre subordinados al supremo recurso de la musculatura de Dios, que se arquea junto a nuestro latido y nuestro forcejeo. Lo que está bien claro es que nuestras espaldas no se rendirían tanto a la pesadumbre si nos adelantáramos a la vista del infortunio tendiendo ya la mano a la colaboración generosa con los planes divinos.“
¿Ven, ustedes? Lo que nos dice Lolo es que muchas veces, en cuanto al dolor y al sufrimiento, poco importa que nada de lógico haya en los mismos. Sin embargo, sí cabe la presencia de lo divino, de Dios mismo que, como sabemos, nunca abandona a su descendencia.
Nos dice Lolo aquí, en ese texto, que debemos colaborar con Dios incluso, sobre todo podemos decir, cuando sufrimos por lo que nos pasa. Y es que es la única manera, según entiende nuestro amigo Manuel Lozano Garrido, a la sazón Beato de la Iglesia Católica, de poder “sobrenadar” (palabra que mucho utiliza en sus escritos el Linarense universal) sobre esos mismos dolores y sufrimientos y ponerles en el verdadero lugar que le corresponde.
En realidad, la “invalidez” a la que Lolo se refiere bien sabemos que la superó más y mucho más. Y es que Dios lo sostenía... hasta que quiso llamarlo a su Casa.
Eleuterio Fernández Guzmán
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