Es cierto y verdad que a nosotros, ahora que corre reciente el año del Señor de 2025, nos puede resultar muy sencillo hablar sobre lo que hemos dado en titular estas letras, a saber, “La alegría sobrenatural de Lolo”. Es decir, para cualquiera que conozca a Lolo sabe que le ha sido reconocida una vivencia que va más allá de lo material, de lo natural y, por tanto, todos los parabienes en su favor nos parecen pocos.
Ciertamente,
la distancia temporal hace posible tales cosas y es lo mismo que si
nosotros hablamos y requetehablamos de las circunstancias por las que
pasó Jesucristo en su primera venida al mundo por todo lo que, desde
entonces, se ha investigado y dicho…
Con
esto queremos decir que, en efecto, Manuel Lozano Garrido, con el
tiempo Beato de la Iglesia Católica, Lolo, pues, llevó una
existencia donde todo aquello que tenía que ver con lo sobrenatural
para él era, efectivamente, de lo más natural del mundo.
Quizá
esto pueda sorprender porque Lolo, en su vida ordinaria, lo pasaba
más que mal si hablamos de sus circunstancias físicas las cuales,
no lo podemos negar, es casi seguro que nos las querríamos para
ninguno de nosotros…
Para
Lolo, sin embargo, las cosas debían ser muy distintas a lo que otras
personas (de entonces, de ahora y de los tiempos que vendrán) creían
y pensaban. Y es que nuestro amigo tenía una conexión muy especial
con lo que llamamos “sobrenatural” y que, por tanto, tratase de
realidades que están por encima, muy por encima, de nosotros y que
definen, por supuesto, cómo somos en tan especial aspecto de nuestra
vida.
Cuando
se dice, y es constatado por todos los que le conocieron (y bastantes
personas aún pueden contarlo, por así decirlo) Lolo se mostraba
como una persona alegre. ¡Alegre!, así dicho entre exclamaciones,
porque merece así ser escrito de quien tanto padecía.
La
Alegría de Lolo sólo podía tener origen sobrenatural pues las
cosas de la naturaleza, en su caso, no ayudaban mucho a estar alegre,
así, con una alegría que casi era “insultante” y, sobre todo,
que no poca envidia (sana) nos causa.
Decimos
esto porque Manuel se apoyaba en Quien sólo puede apoyarse quien
cree tan firmemente a su realidad y existencia que ha hecho de la
misma un modo de vida, así, sobrenatural. Y nos referimos a Dios a
Quien amaba por encima de todas las cosas (siendo fiel, así, al
primer Mandamiento de Su Ley) y a quien tenía, seguros estamos de
eso, como principal valedor suyo y, por tanto, como primera mano a la
que cogerse en caso de debilidad…
Pero
Lolo sabía muy bien que tenía en quien apoyarse además de en su
Creador y mantenedor en el mundo, en su siglo XX. Y es que tanto la
Virgen María como su hermano Jesucristo eran quicios sobre los que
construir una existencia y un modo de ser, así, tan sencillo pero
tan gozoso con todo lo que le pasaba.
Para
Lolo nada de lo que le pasaba acababa por tener un sentido natural o,
incluso, mundano. Y es que su propia existencia (así, de “inválida”,
como él mismo se define) sólo podía entenderse si tanto Dios como
su Madre, María, como su hermano, Jesucristo e, incluso, la Iglesia
que fundó el Mesías, eran verdaderos “instrumentos” (entiéndase
esto, por favor) en los que basarse para ser capaz de caminar sin
caminar, de hacer sin casi poder hacer y, ya por último, de ver sin
poder ver…
Decimos
eso de la que alegría de Lolo era sobrenatural por ser sobrenatural
el origen de la misma (su creencia en tal posibilidad), por ser
sobrenatural el sentido de la misma (sólo así era capaz de..) y, en
fin, por ser sobrenatural el resultado de la misma: un ser más que
capaz por muchas incapacidades que tuviera.
En
realidad, lo que Lolo nos muestra con su vida es que la fe, su fe,
alcanzó todas las circunstancias de su existencia y por eso mismo
pudo sobrevivir físicamente a las asechanzas de la enfermedad, el
dolor y el sufrimiento y, además, como le pasó tantas veces a
muchos personajes de las Sagradas Escrituras Nuevas, fue salvado
mucho tiempo por la confianza que tenía en Quien lo había traído
al mundo y no estaba dispuesto a abandonarlo hasta que lo llamara a
Su Casa. Y fue un 3 de noviembre del año que corría de 1971 pero
fue, también, muchos años (al menos, algunos) después de que a sus
huesos se le pegara algo con mala sombra mientras él, nuestro Lolo,
miraba para otro lado cuando los “alfileritos” que sentía le
pinchaban en cada rincón de su cuerpo. Y estamos seguros de que para
dónde mirada estaba arriba, bien arriba, justo donde ahora está,
cabe Dios y que su alegría venía de ahí. ¿De qué otra parte
podía venir?
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