De vez en cuando conviene acudir al lugar donde las definiciones son la esencia de nuestra lengua. Así, por ejemplo, si buscamos la palabra “amistad” esto es lo que se nos dice:
“Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.”
Esto no lo hacemos para parecer pedantes o algo por el estilo sino para encajar, por así decirlo, la relación que tenemos con alguien como Manuel Lozano Garrido, llamado Lolo por, precisamente, sus amigos.
Nosotros decimos, a mucha honra y mucho gozo, que somos amigos de Lolo. Por eso, además, existen los “Amigos de Lolo” que son un grupo de personas que lleva más directamente todo lo relacionado con el Beato de Linares (Jaén, España) Pero, en general, puede ser amigo de Lolo toda aquella persona que tenga a bien aplicarse a sí mismo lo que la definición de arriba indica.
Es posible que quien no conozca de nada a Manuel Lozano Garrido o lo esté descubriendo ahora mismo, leyendo esto o algo parecido otro día hace bien poco, no acabe de comprender lo que supone ser “amigo” de Lolo en el estricto sentido de la expresión y de la palabra.
Nosotros sabemos, por ejemplo, que tenemos afecto personal por aquella persona que, hace ya algunos decenios, demostró lo que es sufrir y que eso no ha de suponer impedimento alguno para poder llevar a cabo una gran labor humana y, sobre todo, espiritual. Y, en tal sentido, nosotros sentimos un gran afecto personal, porque es propio y de cada uno de nosotros, por aquel que fue testigo (luego también mártir) de Dios en el mundo y nos hace comprender que es alcanzable lo que, en principio, no lo es.
Pero es que, además, aquí se trata de que, de parte de Lolo, la amistad que tiene con cada uno de aquellos que le conocieron y de los que le conocemos ahora, es verdaderamente pura. Y eso quiere decir que no está contaminada por nada del mundo ni por las asechanzas del Maligno de tal forma que haga impura una amistad o por nada que pueda destruir la misma.
Sin embargo, eso no es todo. Y no lo es porque no hay nada de “interés” mundano en la amistad que Lolo nos brinda a quien quiera ofrecerle la suya, si es posible, en el mismo sentido.
Sobre esto, hilando algo más fino, podemos decir que Lolo estaba desinteresado por todo aquello que supusiese ir contra su fe católica y contra todo aquello que pudiese romper con el trato de amigo que, en vida, dio a todo aquel que se le acercaba y que ahora mismo también sabe dar a quien lo mira, sí, desde la distancia si hablamos de su existencia en el mundo pero desde tan cerca si tenemos en cuenta lo que dijo y quedó reflejado en sus escritos.
Alguien podría decir que esto es más que suficiente y que ya nos vale con eso. Sin embargo, la generosidad de Lolo, el poder ser amigos suyos y lo que eso supone, es mucho más.
Esto lo decimos porque es lógico que cuando una persona no conoce a otra pueda llegar a mantener cierta distancia. Sin embargo, eso no pasa con Lolo pues una vez conocido, sabido quién fue y cómo fue y, en fin, todo su devenir, nace la verdadera amistad que, en efecto, se fortalece con el trato. Y eso es fácilmente comprobable por cualquiera que conozca a Manuel Lozano Garrido, lo tenga como ejemplo de vida y se “empape”, por así decirlo, de todas sus prácticas de vida y espirituales.
En realidad, que Lolo, como periodista que fue, dejó escrito esto y mucho más y que a través de eso podemos comprender muy bien cómo puede ser nuestra amistad con él pero, sobre todo, la suya para con nosotros, es una verdad tan grande como la catedral que ustedes quieran poner como ejemplo. Pero amistad, lo que se dice amistad, la nuestra con Lolo, amigo desde siempre y, sobre todo, hasta siempre, siempre, siempre, como diría Santa Teresa de Jesús con relación a lo que dura la vida eterna.
¿Se imaginan una vida así, la eterna, pudiendo conversar con Lolo y siendo sus amigos, ya, para siempre?
Eleuterio Fernández Guzmán
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