“La oración es como el pan de cada día: uno no come y se muere; uno no reza y el alma se va desangelando”
Bien venido amor, 580
Es cierto y verdad que recordar el 3 de noviembre como el día en el que Lolo subió al Cielo, nos puede ayudar a orar, a rezar. Y es que Lolo era capaz de eso y de mucho más con aquello que dejó escrito.
Ciertamente, hay oraciones propiamente dichas que, así, llevan el título de lo que son: “Ante una mano agujerada”, “Credo del sufrimiento”, etc. Pero hay otros muchos textos que nos pueden venir la mar de bien para acercarnos a Dios desde nuestra realidad de hijos que saben que su Padre del Cielo nunca los olvida y siempre los tiene presentes en su corazón.
Lo que creía Lolo acerca de la oración o en fin, de rezar, lo dejó bien dicho en el punto 580 de su libro “Bien venido amor” con el que encabezamos estas letras. Y es que conocer bien el sentido preciso y exacto de la oración, el que tiene la misma y en fin, la profundidad que en el corazón puede llegar a alcanzar hizo que este amigo, del que nos preciamos ser, nos sirva en bandeja, con sus textos, un dirigirse a Quien nos ha creado y mantiene.
Así, por ejemplo, podemos orar así (lo hemos dado en llamar “Oración para sufrir solo” y la hemos extraído de su libro “El sillón de ruedas”), cuando nos sintamos como pudo sentirse muchas veces Lolo:
“Señor: me pregunto si es posible un dolor con escafandra, que abarquille sus tentáculos sobre un corazón mientras los mismos labios dan a partir, sencillamente, el precio de una corbata o el calor que se nos echa de pronto. Si sufro, me gustaría oír mi grito caracoleando dentro de una coraza de carne petrificada, revestida de amianto, mientras al otro lado se ríe, se canta y se paladea pura y gozosamente el regalo frondoso de la vida”.
Pero también debemos ansiar permanecer ante y con Cristo y decirlo así (de su libro “Dios habla todos días”):
“Junto a Ti, mi Cristo, que guardas aún en los poros una roja afluencia de agonía, vengo a sudar a la vez la revisión de mis heridas y el encono del porvenir, porque de Ti he aprendido que toda cruz tiene un prólogo de Huerto de los Olivos y un broche triunfal de día de Resurrección. De lágrimas o de angustias, de heridas o de sepulcros, yo puedo hacer una buena recapitulación. De méritos y de victorias, de entregas y de promesas, Tú puedes barajar una inmensa antología. Y juntos, sí que gano.”
Y, en fin, por poner un ejemplo más lo hacemos con lo que hemos dado en llamar “Oración de la franqueza” y que se encuentra en su libro “Mesa redonda con Dios”:
“Cristo; por nada del mundo quiero ver el ramalazo de tus ojos cuando mancillan a un niño o cuando atropellan a un hombre. Aquí te queda hoy mi propósito de una rienda firme para las palabras, para los pensamientos y para todos los actos de mi vida.”
En realidad, con estos tres ejemplos de lo que supone orar y rezar para Lolo podemos hacernos una idea del caudal espiritual que nuestro hermano en la fe puso en el mundo mientras pudo hacerlo pero que ha quedado para siempre, siempre, siempre.
De todas formas, el caso es que debemos, como hizo Lolo, tirar hacia arriba para que el mundo no nos traiga hacía sí en exceso y no nos deje tener una relación con Quien quiso que existiéramos. Y tal medio, y remedio de tantas caídas en el abismo y contra la posesión diabólica que la mundanidad pretende ejercer sobre nosotros, es la oración, el hecho mismo de rezar y meditar aquello que nos ha sido dado. Sin tales remedios espirituales nada de lo que podemos ser lo seremos y nada de lo que somos podremos seguir siéndolo. Y, como hemos podido ver brevemente aquí, tenemos a alguien, a Lolo, que nos echa una mano bien grande.
Eleuterio Fernández Guzmán
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