lunes, 30 de diciembre de 2024

Cuando las escaleras se convirtieron en rampas

 

12 de junio de 2010.

Sí, claro, es una fecha lo puesto arriba pero es una más que especial para todo aquel que se tenga por amigo de Manuel Lozano Garrido al que pronto le iban a poner una rampa para subir al Cielo.

Esto, claro está, es algo que nosotros imaginamos pues sabemos, por la fama de santidad que tenía en vida, que es más que seguro que el recorrido que había entre su casa y el definitivo Reino de Dios lo subió, sigamos imaginando, en su sillón de ruedas celestial.

Es cierto que nosotros no conocimos personalmente al ahora Beato Lolo pero hay testimonios más que suficientes como para sostener que aquel hombre gozaba, eso es seguro, de la citada fama de santidad. Y es que alguien de su valía espiritual debía andar (sin poder hacerlo) por su tiempo sembrando algo tan bueno como es el amor y la comprensión hacia su prójimo.

Pues bien, en un momento determinado aquello que tantos años había sido apreciado por tantas personas tuvo que verse reflejado en la vida de la Iglesia a la que tanto amó Lolo. Y es que se abrió su Causa de Beatificación llevada por el P. Rafael Higueras Álamo, a la sazón no sólo sacerdote que acompañó a Lolo en los últimos de su vida en el mundo sino, por eso mismo, seguro que gran amigo del linarense universal.

Era de esperar lo que pasó. Y es que cuando se es como se es y cómo era Manuel Lozano Garrido, estamos más que seguros que toda aquella persona que intervino en aquel proceso sólo pudo decir cosas buenas del bueno de Lozano Garrido. Y, por tanto, y junto al necesario hecho extraordinario (requisito para estos casos) que fue verificado por las instancias oficiales de la Esposa de Cristo todo acabó en aquel 12 de junio de 2010, día que se fijó para la ceremonia de Beatificación del periodista de Linares (Jaén, España) que, a fuerza de esperanza y de perseverancia se labró un futuro de eternidad más que merecido.

Nosotros, de todas formas, vayamos a lo que el título de este artículo dice.

Siempre se suele tener la imagen (creamos que no infantil sino como algo que sale del corazón) que al Cielo se sube, digamos, por una especie de escalera. Bien sabemos que la cosa no es así pues es el alma la que asciende, en todo caso y si eso es así, a un lugar de tanto privilegio como ése. Sin embargo, el ser humano gusta de hacer representaciones de los misterios para poder comprenderlos mejor y así llevarlos de forma más segura al corazón donde se quedan para siempre.



Pues bien, y siguiendo con la imagen, a Lolo le tuvieron que hacer un arreglo en el camino hacia el Cielo.

Y es que él andaba con su sillón de ruedas y, por tanto, las escaleras, así pensadas o imaginadas, no podía subirlas pues es seguro que él le hubiera gustado hacer uso de su inseparable amigo el sillón de ruedas para llamar a las puertas del definitivo Reino de Dios.

En efecto, nos imaginamos a Lolo, por eso de haber fallecido con fama de santidad, liberado de aquella terrible parálisis que le impedía, como poco, caminar, haciendo uso de sus manos para mover su sillón de ruedas. Ya dotado de la fuerza del Cielo (donde no hay dolor ni sufrimiento según tenemos creído por fe) sus manos volarían sobre las ruedas (entonces aún no había motores que moviesen tal medio de transporte personal) viendo cómo, poco a poco, se le acerca la vida eterna. Y es que ya había sido juzgado en su Juicio Particular (también creemos que eso pasa de forma inmediata a la muerte del cuerpo) y su destino había sido establecido en el Cielo.

Y entonces, aquel 12 de junio de 2010 fue la Iglesia y confirmó lo que todos tenían por verdad. Lo que no sabemos es dónde dejó Lolo su sillón de ruedas aunque, seguramente, San Pedro, que lo esperaba en la puerta del Cielo, no quiso que allí pasara aquel artilugio con ruedas. Al fin y al cabo, el alma de Lolo ya podía entrar sin obstáculos físicos ni nada por el estilo: su fe así se lo permitió.

Eleuterio Fernández Guzmán



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