12
de junio de 2010.
Sí,
claro, es una fecha lo puesto arriba pero es una más que especial
para todo aquel que se tenga por amigo de Manuel Lozano Garrido al
que pronto le iban a poner una rampa para subir al Cielo.
Esto,
claro está, es algo que nosotros imaginamos pues sabemos, por la
fama de santidad que tenía en vida, que es más que seguro que el
recorrido que había entre su casa y el definitivo Reino de Dios lo
subió, sigamos imaginando, en su sillón de ruedas celestial.
Es
cierto que nosotros no conocimos personalmente al ahora Beato Lolo
pero hay testimonios más que suficientes como para sostener que
aquel hombre gozaba, eso es seguro, de la citada fama de santidad. Y
es que alguien de su valía espiritual debía andar (sin poder
hacerlo) por su tiempo sembrando algo tan bueno como es el amor y la
comprensión hacia su prójimo.
Pues
bien, en un momento determinado aquello que tantos años había sido
apreciado por tantas personas tuvo que verse reflejado en la vida de
la Iglesia a la que tanto amó Lolo. Y es que se abrió su Causa de
Beatificación llevada por el P. Rafael Higueras Álamo, a la sazón
no sólo sacerdote que acompañó a Lolo en los últimos de su vida
en el mundo sino, por eso mismo, seguro que gran amigo del linarense
universal.
Era
de esperar lo que pasó. Y es que cuando se es como se es y cómo era
Manuel Lozano Garrido, estamos más que seguros que toda aquella
persona que intervino en aquel proceso sólo pudo decir cosas buenas
del bueno de Lozano Garrido. Y, por tanto, y junto al necesario hecho
extraordinario (requisito para estos casos) que fue verificado por
las instancias oficiales de la Esposa de Cristo todo acabó en aquel
12 de junio de 2010, día que se fijó para la ceremonia de
Beatificación del periodista de Linares (Jaén, España) que, a
fuerza de esperanza y de perseverancia se labró un futuro de
eternidad más que merecido.
Nosotros,
de todas formas, vayamos a lo que el título de este artículo dice.
Siempre
se suele tener la imagen (creamos que no infantil sino como algo que
sale del corazón) que al Cielo se sube, digamos, por una especie de
escalera. Bien sabemos que la cosa no es así pues es el alma la que
asciende, en todo caso y si eso es así, a un lugar de tanto
privilegio como ése. Sin embargo, el ser humano gusta de hacer
representaciones de los misterios para poder comprenderlos mejor y
así llevarlos de forma más segura al corazón donde se quedan para
siempre.
Pues
bien, y siguiendo con la imagen, a Lolo le tuvieron que hacer un
arreglo en el camino hacia el Cielo.
Y es que él andaba con su
sillón de ruedas y, por tanto, las escaleras, así pensadas o
imaginadas, no podía subirlas pues es seguro que él le hubiera
gustado hacer uso de su inseparable amigo el sillón de ruedas para
llamar a las puertas del definitivo Reino de Dios.
En
efecto, nos imaginamos a Lolo, por eso de haber fallecido con fama de
santidad, liberado de aquella terrible parálisis que le impedía,
como poco, caminar, haciendo uso de sus manos para mover su sillón
de ruedas. Ya dotado de la fuerza del Cielo (donde no hay dolor ni
sufrimiento según tenemos creído por fe) sus manos volarían sobre
las ruedas (entonces aún no había motores que moviesen tal medio de
transporte personal) viendo cómo, poco a poco, se le acerca la vida
eterna. Y es que ya había sido juzgado en su Juicio Particular
(también creemos que eso pasa de forma inmediata a la muerte del
cuerpo) y su destino había sido establecido en el Cielo.
Y
entonces, aquel 12 de junio de 2010 fue la Iglesia y confirmó lo que
todos tenían por verdad. Lo que no sabemos es dónde dejó Lolo su
sillón de ruedas aunque, seguramente, San Pedro, que lo esperaba en
la puerta del Cielo, no quiso que allí pasara aquel artilugio con
ruedas. Al fin y al cabo, el alma de Lolo ya podía entrar sin
obstáculos físicos ni nada por el estilo: su fe así se lo
permitió.
Eleuterio Fernández Guzmán
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